
K-Toño Frade autor de los dibujos de los “periodistas”.
NekaneVado. K-Toño Frade tiene la virtud de abrirte una sonrisa con su apasionada charla, del tema que sea, buscará el agrado de su acompañante y más si es una dama, porque, además de bilbaíno de pro, K-Toño es un caballero de los que aún quedan en la villa. Nació en el Indautxu de 1945, en el Bilbao que luchaba por salir de la tragedia y las consecuencias que conlleva toda guerra. Proveniente de una familia castiza y muy bilbaína, sigue sus pasos y se decanta por ser dibujante, ilustrador, cartelista y escritor costumbrista. En 2007 le nombran “Bilbaino del Año” y en 2014 “Txirene of the Year”. Y es que K-Toño Frade es un “txirene” convencido y a los periodistas eso nos gusta, sobre todo teniendo en cuenta la dedicación que ofreció con sus dibujos a cinco “periodistas”, como así se llamaban pasados los años cincuenta del siglo XX a los vendedores de la prensa en Bilbao. Esta obra, muy ilustrativa de la historia de la época, obra en poder de la Asociación y Colegio Vasco de Periodistas.
Antes de destripar a nuestros especiales “periodistas” decir que K-Toño Frade tiene un interesante libro sobre “Susedidos botxeros y bilbaínos selebres y txirenes” editado en 2009 y que consta de 127 artículos publicados en el Periódico Bilbao, con quien colabora. Aclarando “txirene” que tanto gusta a nuestro castizo artista: dícese de aquel bilbaíno chistoso, gracioso, bromista y farolero.
Hace escasamente cuatro meses expuso en el Museo de Arte Sacro de Bilbao 33 obras sobre rincones y personaje de Atxuri, dibujos con lo que se conmemoraban los 500 años de existencia del convento de la Encarnación.
Para hacer un análisis preciso de la figura de estos cinco especiales “periodistas” -vendedores de prensa- que consiguieron fama merecida en la villa de Bilbao entre los años cincuenta y finales del pasado siglo XX, K-Toño Frade nos ha explicado los pormenores de cada personaje, con un amplio contenido en datos, interesante para conocer la sociedad del momento.
Julia, la periodista
Fue tremendamente popular por todas la “7 calles” por su desmedida afición al “morapio”. Vendedora del diario de la tarde “Hierro” y pese a que era un periódico del “Movimiento”, ella, que era una “deslenguada”, pregonaba a voz en grito: “Hoy el Hierro con los cien gramitos de racionamiento que nos da el Gobierno”, que a la sazón era Genaro Riestra y con el apodo de “ciengramitos” se quedó, amén de otras lindezas de este pelo que dedicaba al “caudillo”.
Vicente, el ciego
Decían que se había quedado invidente debido a la cercana explosión de una bomba durante la guerra. Su habitat natural de venta se situaba bajo los arcos de La Ribera. También ofrecía lotería, pero era un vender de prensa muy solicitado. Los clientes cogían los ejemplares de un estante y le ponían el dinero en la mano. No se conoce de nadie que se aprovechara de su ceguera.
Alejandro
Alejandro López Gómez nació en 1946 en la maternidad de Solokoetxe, siendo bautizado en la iglesia de los Santos Juanes. Pasó por el asilo de huérfanos de La Casilla y posteriormente fue acogido en la Misericordia, donde falleció en septiembre de 1996, aunque estuvo fuera de ella una temporada, decían que por levantar las enaguas a una monja. Durante muchos años vendió por todo el Botxo la prensa de la época: “Hierro”, “El Correo”, “Pueblo” o los diarios deportivos locales: “Vasconia”, “Exprés” o “Eup”. Sus pregones no carecían de ingenio: “¡¡El Athletic llamado al orden por ir de copas!!” cuando quedaron campeones en la final o “¡Un bandido detenido en el Oeste!” cuando enchiqueraron a Roldán en Galicia. En su última época también vendía lotería pues se acrecentó su fama al dar un par de “gordos” de Navidad, haciendo millonarios a varios bilbaínos.
La esquina de Luis
Estaba situada entre las calles Manuel Allende y Pérez Galdós, en un recoveco que tenía la fachada junto a la tienda de ultramarinos en la acera del Teatro Ayala. Durante años acudió muy temprano, sin faltar ni un solo día nuestro personaje, con su estantería para los periódicos rematada con un cajoncito para los cambios; ataviado con su sempiterna txapela con vuelo amplio y camisa de cuadros, pues siempre vestía de igual forma, tanto en los rigores del invierno como en plena canícula agosteña.
El vendedor del puente
Nadie sabía su nombre pero con sus periódicos a cuestas, en una especie de carpeta sujeta por un tirante, se colocaba en un punto estratégico, el Puente del Arenal, junto a la entrada de la estación del tren Santurce y Triano, paso obligado para una muchedumbre que acudía al trabajo diario. Era un lugar duro, climatológicamente hablando, pues al hacer tiro con el corte de la ría se formaban unas desagradables corrientes de aire. Cuanto más arreciaba el invierno, aprovechaba para pegarse a la maquinita del tren del puesto de castañas, bajo la columna de los cuatro relojes, para calentarse. Un día ya no volvió más. Como vino se fue, en silencio.
Fotografías: Nekane Vado